Y un día ya no pude soportarlo

 Esta es una ficción, pero es una ficción basada en un hecho real que simplemente intentará disfrazar los hechos para que no se reconozcan a sus personajes.  Tiene que ver con la violencia en los deportes y dice así.


-¡Dale gorda salile, salileee!-

-¡GOOOOOOOOLLLL!-

-Noooo, otra vez nos comimos uno y perdimos por tu culpa.  ¿Por qué te puso el técnico porque pensó que ibas a tapar el arco con esa panza?  Volvé a tu casa a lavar los platos y dejate de joder-

Me costó mantener las lágrimas, me costó mucho pero no quería que me vieran llorar, ni los hinchas ni mis compañeras.  No quería que ellos, los hinchas, supieran que habían logrado herirme con sus palabras y que me habían herido muy profundamente, porque siempre tuve un problema con mi cuerpo o mejor dicho con como veo a mi cuerpo.  Siempre fui gordita, gorda, obesa, nunca encajé en el paradigma de mujer bonita.  Me reventaba cuando escuchaba esos comentarios del estilo "Ay, es tan linda, lastima que este tan gorda".  No sabés como me dolían, cómo me hacían sufrir.  ¿Por qué no podían terminar la frase en el ...es tan linda?

Tuve muchos traumas, muchos problemas, por culpa de esa gente que no aceptaba mi figura, por culpa de cómo estructuraron mi cabeza haciendo que yo tampoco la acepte.  Siempre me sentí fea, inepta para los deportes, frágil, pero con una coraza hecha a fuerza de comentarios agresivos y violentos que cree solamente para no darles el gusto de verme llorar.

Y un día pasó algo, un día vi que un equipo de futbol profesional estaba probando mujeres para armar su equipo.  ¿Y por qué no?  Me dije y me mandé.  Me aceptaron como arquera, al principio no jugaba, ni siquiera me convocaban para el banco de suplentes, pero entrené duro, bajé de peso bastante, comencé a tener un mejor estado físico aunque seguía siendo gorda y entonces comencé a jugar, primero de suplente y finalmente a base de esfuerzo, mucho esfuerzo me gané la titularidad.

Qué feliz fui el día que el entrenador me dijo que yo iba a llevar la uno, que iba a atajar como titular en todos los partidos.  Estaba nerviosa, si, pero feliz.  Feliz como nunca lo había estado.  Di lo mejor de mi en cada encuentro, muchas veces salvando el partido, con atajadas que impidieron la derrota o el empate y otras me comí varios goles.  El entrenador y mis compañeras me apoyaban en esos momentos, "Así es la vida, no siempre nos salen bien las cosas", "Fue error de la defensa", "Era una pelota imposible de atajar", me decían pero no me preocupaba haber fallado, haber sido parte de la causa de una derrota o un empate.  Lo que me pasaba pero no le contaba a nadie es que  me dolían los insultos de la hinchada.  No los que me gritaban "hija de puta", "Pelotuda cómo vas a hacer eso" y otras tantas barbaridades, sino los que me agredían por mi gordura.  Yo que estaba tan contenta por los kilos perdidos, por el esfuerzo hecho, por los logros conseguidos, me derrumbaba interiormente y me sentía la peor de todos.  La fea, la inútil, la que no servía para los deportes.

Aquel día me costó mantener las lágrimas, me costó mucho pero no quería que me vieran llorar, ni los hinchas ni mis compañeras.  No quería que ellos, los hinchas, supieran que habían logrado herirme con sus palabras y que me habían herido muy profundamente, porque siempre tuve un problema con mi cuerpo o mejor dicho con como veo a mi cuerpo.  Me costó tanto, pero tanto, que cuando salieron se llevaron mi vida con ellas.  Ahí está mi cuerpo, en un cajón, con la gente que me quiso, llorando, porque me mató un infarto.  "Y eso que estaba haciendo ejercicio y había bajado de peso" dijo alguien, "Si, es una pena era tan joven, pero se tendría que haber cuidado más, siempre fue muy gorda y eso trae problemas a la salud" comentó algún otro u otra.  Ni siquiera muerta dejaban de herirme con sus comentarios, ni siquiera muerta se daban cuenta que lo que hizo explotar mi corazón fue el dolor, la angustia de ser avergonzada constantemente por como me veía.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Destructores de culturas y civilizaciones

Cuando la discapacidad viene por dentro